Prologo
Para avanzar en igualdad resulta necesario hacerlo en dos direcciones distintas
y en sentido diverso entre hombres y mujeres, pues el valor de lo humano está tanto
en las formas privadas de vida como en la vida social y profesional. Ambas constituyen
esferas complementarias, las dos caras de una misma moneda. Sería un proyecto
fallido e incompleto considerar que sólo las mujeres deben recorrer el camino de los
derechos, como si fuese una licencia alcanzada por los hombres que ellas reivindican
también para ganarse su autonomía. ¿Quiénes se ocupan de las responsabilidades?
¿No son los hombres quienes deberían procurar alcanzar la igualdad con las mujeres?
¿Por qué cuando hablamos de igualdad parece que se sugiere que hay que alcanzar
los objetivos alcanzados por ellos? La lógica de los derechos, de esas facultades que
supuestamente autorizan a hacer o dejar de tomar decisiones o mantener ciertas conductas
y acciones.
Un espacio de libertad individual o un espacio de reconocimiento social, que
parecía sólo reservado para ellos que parecían los únicos protagonistas de las revoluciones
y la modernidad, olvidando a las mujeres que lo hicieron junto a ellos. Pero el
patriarcado mantenía la convicción de la minoría de edad de la mujer, el denominado
sexo débil, destinado a aliviar las cuitas del guerrero social. Una división de la sociedad
que confinaba, ahora que hablamos del coronavirus, a las mujeres a la privacidad,
en su doble sentido de estar ocultada del espacio público, y carente de facultades
(derechos) para poder gestionar sus propios intereses.
Los tiempos han cambiado. Cierto. Y la legislación ha consagrado la igualdad
de las mujeres, pero esta igualdad queda ensombrecida cuando ser mujer significa
encontrar obstáculos reales para hacer efectivos tales derechos. Pues no son las leyes
las que deben cambiar, sino las personas. Y no se puede vigilar a cada persona para
que cumpla las normas, sobre todo cuando apela no sólo a conductas específicas, sino
a las convicciones que deben acompañar a la convivencia con las otras personas. Se
requiere prevenir antes que curar. Evitar convertir al Derecho en el saco roto de todos
los fracasos sociales. Se precisa más educación y ética que leyes. Pero sólo cuando se
valora la igualdad se disfruta de ella, no asumiéndola como una restricción arbitraria.